sábado, 4 de diciembre de 2021

Tarde 04/12/2021

 Hace unos días estrenamos la obra que me ha tenido ocupado estas últimas semanas (de ahí mi inactividad en redes): una historia bruta y plagada de obscenidades, un grito con el objetivo de alterar a la mayoría de espectadores y hacer reír a unos pocos, los más jóvenes. Nuestra directora lo compara con los trabajos de Francisco de Quevedo, satíricos y brillantes; recuerda los poemas “A la edad de las mujeres” o “Boda de negros”.  

La escena que me gustaría relataros sucede al principio del segundo acto. Una mujer de alegres labores entra en una habitación, ignora que mi personaje se encuentra oculto bajo de la cama (no es importante cómo ha llegado hasta ahí). Mientras se desviste, la mujer alegre habla en voz alta, habla con el público, sobre sus últimos clientes. El monólogo era combinación de chismes y experiencias sexuales, ambas terminadas en desgracia. Adulterios y penetraciones anales. Experiencias homosexuales y gatillazos. En el momento que la mujer alegre se quita el sostén, mi personaje introduce su mano dentro del pantalón. Durante los ensayos, fingí que me masturbaba. Un globo de agua relleno de mayonesa escondido en mi bolsillo derecho simularía la eyaculación. El día del estreno fue diferente. Mi personaje hizo lo que tenía que hacer según el guion: masturbarse.

Hubo un momento de pausa, vacilación, que el público no fue capaz de apreciar. Mi compañera salió de su personaje para dedicarme una mirada juiciosa. Nuestra directora se quedó tan escandalizada como si hubiera leído y comprendido las sátiras de Quevedo que tanto le gustaba citar. Freddy Mercury nos regaló una expresión para estos momentos: Show must go on.

La obra terminó con aplausos y risas escandalosas. Los actores y nuestra directora salimos a saludar. La compañera que interpretó a la mujer alegre recibió un ramo de flores y las mayores adulaciones. La comidilla en los camerinos fue el incidente de mi personaje. Yo no masturbé (Alec Baldwin no apretó el gatillo de la pistola que mató a Halyna Hutchins). Mi personaje hizo lo que estaba destinado a hacer. Recité las enseñanzas de los libros de actuación que me obligué a memorizar. Les hablé sobre la caracterización, el trance y la interpretación de personajes. Nuestra directora hizo un comentario que a día de hoy no he descubierto si fue un cumplido o un gesto de desprecio: “Eres él último actor de método que conozco”. Lo que sí puedo asegurar es que contó conmigo para las siguientes funciones.  

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