Hace unos días estrenamos la obra que me ha tenido ocupado estas últimas semanas (de ahí mi inactividad en redes): una historia bruta y plagada de obscenidades, un grito con el objetivo de alterar a la mayoría de espectadores y hacer reír a unos pocos, los más jóvenes. Nuestra directora lo compara con los trabajos de Francisco de Quevedo, satíricos y brillantes; recuerda los poemas “A la edad de las mujeres” o “Boda de negros”.
La escena que me gustaría relataros
sucede al principio del segundo acto. Una mujer de alegres labores entra en una
habitación, ignora que mi personaje se encuentra oculto bajo de la cama (no es
importante cómo ha llegado hasta ahí). Mientras se desviste, la mujer alegre habla
en voz alta, habla con el público, sobre sus últimos clientes. El monólogo era
combinación de chismes y experiencias sexuales, ambas terminadas en desgracia.
Adulterios y penetraciones anales. Experiencias homosexuales y gatillazos. En
el momento que la mujer alegre se quita el sostén, mi personaje introduce su
mano dentro del pantalón. Durante los ensayos, fingí que me masturbaba. Un globo
de agua relleno de mayonesa escondido en mi bolsillo derecho simularía la
eyaculación. El día del estreno fue diferente. Mi personaje hizo lo que tenía
que hacer según el guion: masturbarse.
Hubo un momento de pausa, vacilación,
que el público no fue capaz de apreciar. Mi compañera salió de su personaje
para dedicarme una mirada juiciosa. Nuestra directora se quedó tan
escandalizada como si hubiera leído y comprendido las sátiras de Quevedo que
tanto le gustaba citar. Freddy Mercury nos regaló una expresión para estos
momentos: Show must go on.
La obra terminó con aplausos y
risas escandalosas. Los actores y nuestra directora salimos a saludar. La compañera
que interpretó a la mujer alegre recibió un ramo de flores y las mayores adulaciones.
La comidilla en los camerinos fue el incidente de mi personaje. Yo no masturbé
(Alec Baldwin no apretó el gatillo de la pistola que mató a Halyna Hutchins).
Mi personaje hizo lo que estaba destinado a hacer. Recité las enseñanzas de los
libros de actuación que me obligué a memorizar. Les hablé sobre la
caracterización, el trance y la interpretación de personajes. Nuestra directora
hizo un comentario que a día de hoy no he descubierto si fue un cumplido o un
gesto de desprecio: “Eres él último actor de método que conozco”. Lo que
sí puedo asegurar es que contó conmigo para las siguientes funciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario